Saber Estar

El decreto - El territorio del decreto

El decreto es la voz que intenta sostener lo que la vida no garantiza. Es una defensa del miedo a no tener forma, una identidad repetida que promete control pero niega presencia. Solo al verla sin resistencia, comienza a disolverse.

Saber Estar

Oct 7, 2025

El decreto es una forma de afirmarlo que no somos. No nace del reconocimiento sino de la carencia. Aparece cuandoel silencio se vuelve insoportable y necesitamos nombrarnos para existir. Así,sin darnos cuenta, comenzamos a decretar: a decirnos lo que debemos ser, lo quedebemos sentir, lo que debemos aparentar. Un decreto no se pronuncia consolemnidad; se dice en voz baja, como quien repite una costumbre. Se infiltraen la vida cotidiana: soy fuerte, soy buena persona, soy responsable, soy elque puede con todo. Cada frase parece sostenernos, pero en realidad nosaleja un poco más de nosotros mismos. Decretar es construir una identidad parano sentir el vacío de estar vivo. El decreto no es una mentira consciente: esuna defensa, la estructura invisible con la que aprendimos a soportar el miedoa no tener forma.

Por eso no basta con negar losdecretos; negarlos es repetir su lógica. Solo cuando se los observa sin miedo,cuando se los escucha en su repetición silenciosa, se entiende su naturaleza:el decreto es un intento de asegurar lo que la vida nunca promete. Cada época,cada familia, cada vínculo crea sus propios decretos. No los elegimos, losheredamos, como quien hereda una casa llena de muebles antiguos. Algunos pesan,otros adornan, todos ocupan espacio. Y sin embargo, aunque sepamos que no nospertenecen, cuesta soltarlos, porque un decreto no se desmonta desde lavoluntad, se disuelve con conciencia.

Vivir bajo decreto es vivir dentrode una narración ajena. Las palabras se repiten hasta convertirse en destino. Soyasí, decimos, como si esa afirmación tuviera la fuerza de un hecho. Ymientras más lo repetimos, más nos alejamos de la posibilidad de ser otra cosa.El decreto ofrece la falsa seguridad de una identidad estable, pero esaestabilidad tiene un precio: la pérdida del movimiento. El decreto impidetransformarse. En su forma más profunda, el decreto es un acuerdo con el miedo,un modo de evitar el desamparo de no saber quién se es. La vida, pornaturaleza, cambia; el decreto promete permanencia. Por eso es atractivo:promete control, pero entrega encierro. Promete certeza, pero fabricadistancia. Promete identidad, pero niega presencia.

Cuando una persona comienza areconocerse, lo primero que descubre no es su verdad sino sus decretos.Descubre que la voz con la que se habla no le pertenece, que las frases con lasque se describe son ecos. Ahí comienza el verdadero trabajo: distinguir entrelo que fue aprendido y lo que realmente se sostiene. Ese es el territorio deldecreto, un espacio donde lo falso parece real y lo real se percibe comoamenaza. El decreto no se rompe con declaraciones de libertad, se disuelve conmirada. Porque en el fondo, todo decreto es una distracción del estar. Mientrasrepetimos lo que creemos ser, no podemos simplemente ser.

El decreto reemplaza la experienciacon la afirmación. Nos hace decir soy libre en lugar de sentir lalibertad. Nos hace decir soy feliz para no sentir el vacío. Nos hacedecir soy fuerte para no permitirnos llorar. Y así, sin intención dedañar, nos vamos construyendo una prisión hecha de palabras. Reconocer undecreto es escuchar la rigidez en el lenguaje, es percibir cuándo una palabradeja de ser puente y se convierte en muro. Cuando lo dicho deja de describir loque ocurre y empieza a imponer lo que debería ocurrir, ahí aparece el decreto.

No se trata de castigar la palabra,sino de devolverle su vida. Las palabras no nacieron para sostener identidades,nacieron para enlazar presencia. El camino hacia el saber estar comienza conese gesto: escuchar las palabras que decimos sin saber que las decimos, mirarlas verdades que sostenemos solo porque un día nos las creímos. Ahí empieza lagrieta. Ahí se abre el espacio donde el decreto pierde fuerza y aparece laposibilidad de habitarse.

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